sábado, 9 de febrero de 2008

Sin presencia


En estos días en los que sé que tu presencia va a ser efímera, me sumergiré en el confín de la fatiga e intentaré no recordar ni siquiera cómo se descansa, y tal vez con abandono lo consiga, como hoja verde sobre el agua mansa; pero quizá no lo consiga y la corriente turbará con revuelo mi sosiego, durmiendo mis sentidos y mi mente, y la desesperante soledad, de tu no presencia, deje discurrir mi mente por livianos sueños donde se mueran los deseos y languidezcan las rosas, donde duerma la luz en sombras silenciosas, pero aumente mi fe en ti cada día, y fortalezca también la tuya.

Pesan tanto las horas que ambos nos negamos, que mi espalda es curva y me encuentro desplomado, como si fuera un maltrecho atlante de piel de mármol y pupilas ciegas. Esas horas sin ti, en las que tú estás, por doquier, tan andariega, me acompañan adonde voy, y en cada instante me rodean en órbita asfixiante, mientras te espero, mientras nunca llegas, mientras espero tu mensaje, mientras sueño con tu alegría y alborozo en compañía ajena, entre humo y perversión, y los celos me enturbian la luz, enmudeciendo cuanto me rodea. Le pido al tiempo que me devuelva esas horas, las robadas, que hoy son plomo, y debieran ser doradas, que me regale todo tu tiempo, amor, que es la mejor oferta que cualquiera de mis sentidos podría querer.

Y siento, ahora, como si dos alas te hubiesen brotado, y ahora vueles por un cielo sin nubes, por un cielo encantado, como tus ojos risueños, tan maravillosos como todo tu ser; que vueles sin descanso, pequeña golondrina, por tu espacio de sueños, donde lucen colores de perenne primavera. Siento, ahora, como si Dios te hubiese abierto el portillo de su huerto de verdes campos y doradas cumbres y te hubiese soltado entre sus perros y sus gatitos, que ni muerden, ni arañan, que tanto hacia ellos vas, como a ti acuden, y redoble en ti la felicidad más celestial sin mi humilde presencia...