
Cuando estás a mi lado, no sé si es tu cuerpo el que está o es tu alma la que siento. Me miras con los ojos y siento como si me acariciasen tus breves manos blancas, como si el eco de tu voz en mis oídos me ofreciese las palabras que a solas me susurras. No eres tú junto a mí, no es sólo tu cuerpo, es un haz de piel y sensaciones cálidas, que transmite estallidos intangibles de esa entidad distante que es el alma y que la mía, en vida, desea constantemente, y aunque no puedes percibirlo, empieza donde el tacto acaba y acaba donde mi mirada empieza.
Deseos constantes de un beso subrepticio, de una sonrisa refulgente, del temblor deslizante de una lágrima, de la íntima música hechicera de nuestro lenguaje, del brillo tentador de tu mirada, ¿qué son sino mensajes de cariño, señales de pasión? Son notas telegráficas del amor que te profeso y que no te puedo demostrar cuando la compañía nos rebosa.
Junto a tu cuerpo quiero estar, a él sólo estrecho, junto a tu espíritu, elusivo, y él no me abraza; ni me ve, ni me toca, ni se enlaza al mío, ambos cautivos en su propio alcázar; tan sólo emiten trémulos impulsos, que la carne traduce en llamaradas de deseos y de penas, tan cerca en la lejanía de la compañía, cuerpo a cuerpo, batalla del sentido, con estrategia espiritual lejana, amándonos en silencio y odiándonos a voces.
Ahora tengo el alma surcada de estelas permanentes que de tu pelo zarparon a claros horizontes; de columnas de miradas de tus ojos hoy ausentes, de caricias que subsisten, fugándose en los montes. Recordando que lo firme vino un día, arraigose lo efímero, resistiendo a desistir, por eso llevo dentro del corazón impreso un trozo de tu alma para que el destino que nos ha tocado no logre extinguir el amor que te profeso por todo tu vivir.
La fugacidad del perfume que impregna tu recuerdo implacable es lo que permanece en mi realidad, y no sé si iluminado o en penumbra, si en silencio, o en charla verbenera, ni sé si en multitud, o en soledades tendré tu presencia, pero sé que lo que por ti siento sólo la muerte lo pondrá fin.
Y hoy la tarde fugitiva y yo arrobado, me recuerda que hubo palabras íntimas, miradas, afinidad, y en la esperanza, espera. En ondas invisibles se cruzaban mi propio sentimiento y tus deseos. El vapor del amor lanzaba al aire su espiral inquieta. La luz del sol posaba en nuestros cuerpos caricias intangibles, dedos de seda se enroscaban entre ambos. Se alargaban las sombras de los otros, se borraban los picos de las mentes... Qué escasa relevancia a veces tienen ciertos detalles, y otros qué firmeza, pero cuanto es el deseo de tenerte y de que me tengas, tan constante como la belleza de tu mirada y el fragor de tu figura… ¿Recuerdas? No, tal vez no lo recuerdas, pero por ti lo daría todo.
Y como explosión de fuegos de artificio rompía en largas, luminosas trenzas, dentro de mi callada mente, sin que en mis ojos tú lo percibieras. Te bebí en cada sorbo de mi nostalgia, te respiré en tu aroma de cada gesto, absorbí cada rasgo de tu rostro, y roja en sangre surcabas por mis venas. Y al despertarme cada día, sentía como si un abrazo tibio de tus brazos me dijese entre susurros que no te supe besar como quisieras... ¿Recuerdas? No, tal vez no lo recuerdas, pero en mi eternamente quedas.